domingo, 8 de diciembre de 2013

Espejos y ventanas

Estoy en Xalapa y tengo toda la mañana libre porque mi primera entrevista es hasta las 4. Esto no lo puedo dejar pasar, pienso. Modero mi consumo de café en el hotel, agarro la bolsa y me salgo casi corriendo rumbo al centro.

No sé qué hacer, parecía mucho tiempo y ahora ya sólo me quedan tres horas si quiero tener tiempo de plancharme el cabello antes de la entrevista. Parece una tontería, pero he aprendido que un poco así funciona hacer entrevistas que no sean de temas personales sino institucionales. Entrevistar a migrantes sobre sus historias de vida es fácil, hay que ganarse su confianza explicando con detalle para qué es la investigación, de dónde vengo, por qué quiero conocer lo que quiero conocer. Hacerme la mensa (más) siempre me ha resultado bien, les digo que 'yo no entiendo cómo es eso porque no tengo hijos, explíqueme con más detalle', o 'yo nunca he ido a Estados Unidos así que no sé cómo se vive en ese país' y la gente gana confianza, percibe que tiene un saber que yo no, por lo general se ponen a darme generosos detalles y me invitan a comer con ellas.

Pero, volviendo al punto, tengo que plancharme el cabello, usar perfume y ropa de vestir porque aquí vengo como 'espía' del INEE. La gente de las secretarías de educación de los estados me recibe con miedo porque 'vengo representando al INEE y quiero saber qué pedo con este estado en el tema de evaluación'. Tengo que fingir que me las sé de todas todas, y tengo que ir arregladísima (según mis estándares) para que no me tonteen de más o me dejen esperando de más o... no sé, pero así funciona.

Así que tenía la mañana libre en Xalapa pero ahora sólo me quedan tres horas si quiero regresar a tiempo al hotel.

Quiero curiosear en las ediciones de la UV, camino a la calle de las librerías. Los libros que me interesan están carísimos y los que están baratísimos no me interesan tanto. Me entretengo en una librería de viejo (como si en el D.F. no hubiera y por eso tuviera que entrar a Xalapa a ver qué venden y cómo y en cuánto), y me encuentro dos libritos de Yourcenar en 50 varos. El primero es el de 'Fuegos' que ya conozco y he leído, y que descansa en algún lugar de mi librero en Saltillo. De todas formas lo compro porque mi hermana y yo siempre estamos peleándonos los títulos de propiedad del librero saltillense, así que por 50 pesitos puedo evitarme la alegata correspondiente. El segundo es 'Ana, soror...' que nunca había visto en tomo suelto (forma parte de una trilogía de cuentos que por lo general se venden como un solo libro, y que hasta dónde sé no se consigue en México desde hace varios años).

Estoy a punto de comprarme algo de Tomás Segovia pero desisto porque N. ingenua forever me vine cargando dos libros y ahora con éstos pues ya son 4 y no tengo tanto espacio en la maleta. Sobra decir, por supuesto, que al momento de escribir estas líneas me arrepiento muchísimo de tan desafortunada decisión tomada sobre una base tan pendeja como 'no quiero ir cargando tanto'.

Salgo entre la felicidad y el regaño; hace tiempo me prometí no volver a comprar libros hasta que termine por lo menos la mitad de los que están en 'lista de espera'. Por supuesto, comprar es más fácil que leer, así que mi promesa ha valido madres amparada en el optimismo de que 'ya llegará el momento en el que tenga tiempo de ponerme a leer todo lo que tengo pendiente'. Ajá. Alguna vez.

Quiero aprovechar el tiempo que queda caminando por las calles de Xalapa, pero hace un calor espantoso. Primera semana de diciembre y Xalapa, esa ciudad que recuerdo como nubladita y fría, ahora hierve en un verano total y absoluto. El clima me ha tomado por sopresa porque como la viajera inexperta que soy (y como tengo que ir 'bien vestida' a hacer mi trabajo) me traje puras cosas bonitas pero calientes. Visto en ese momento un pantalón negro, una blusa negra y un suéter largo gris de lana. Si me quito el suéter gris quedaré toda de negro y me veré ridícula y fuera de lugar. La reputísima madre y lo que me faltaba: pierdo otra hora buscando en el centro de Xalapa una blusa bonita y no tan cara que me evite la incomodidad de la inadecuación. Encuentro, pago, me cambio, salgo corriendo.

Ya me queda poquito tiempo, pero según yo todavía alcanzo a tomarme un café y terminar un capítulo del libro que me tiene atrapada (Jazz, de Toni Morrison). Entro a una cafetería, pido algo frío, prendo un cigarro, abro el libro, saco mi libretita de notas.... y en eso se sientan en la mesa de al ladito dos personas. Son pareja, y yo puedo escucharlos perfectamente (aunque sólo veo la espalda del chico). Para mi mala fortuna, están teniendo LA plática en la que ella termina con él. Me distraigo tantísimo que pronto nomás tonteo con el libro entre las manos, pero en realidad mi atención está en la conversación de junto. Ella habla, y habla, y habla, y habla. Él no dice nada. Ella tiene un discurso perfecto y redondito de por qué quiere terminar con él, sólo que lo expresa con frases sacadas de canciones de Camila: “mataste todas y cada una de mis ilusones”, le dice. Luego añade “yo ya no espero nada de ti... de hecho, ya no espero nada de la vida”.

Se pone a llorar, y continúa explicando que al principio estaba 'locamente enamorada', pero que después, con todos los descuidos y desatenciones de él, 'ese amor se fue acabando' y hoy 'ya es demasiado tarde'. A mí se me está haciendo tarde, ni modo, pido la cuenta.

Sólo que antes de irme me acerco y volteo descaradamente porque quiero ver los rostros que hoy protagonizan esa historia que es la de todos y la de cada uno. La puta madre, me sorprendo muchísimo cuando veo que son súper jóvenes. Chiquititos, como de 19 años.

Me dan ganas de abrazar a la chica y decirle un par de cosas: esto se te va a pasar, ésta no va a ser la última de 'tus historias' y con suerte las próximas serán mejores. Pero eso sí, más vale ir cuestionando esas ideas tan dañinas de los principes azules y las canciones de Camila. Por Dios, chica, prohibamos las canciones de Camila.

Obviamente no le digo nada, aunque salgo pensando muchas cosas. Llego al hotel y decido que vale madres plancharme el cabello, que la colita de caballo no se ve tan mal. Pido un sándwich a la habitación y me pongo a terminar ahora sí el capítulo del libro. Me encuentro esto:

“Whatever happens, whether you get rich or stayed poor, ruin your health or live to old age, you always end up back where you started: hungry for the one thing everybody loses -- young loving"


Todavía no sé cómo le hice para cambiarme el chip y llegar a las 4:00 a hablar sobre la reforma educativa.