lunes, 10 de noviembre de 2014

Otro vato.

Pérdidas, pienso cuando por alguna razón me acuerdo de él y no sé muy bien si sonreír, revivir el enojo, o llamarle para ver ‘cómo va todo’; como si no fuera todo una cosa cada vez más desdibujada, como si no fuéramos cada vez, cada día, más des-todo: des/amigos, des/contactos, des/cariños, des/posibilidades.

Hace muchos, muchos años, estaba enamorada de Diego. Creía que era un chico muy inteligente. Me interesaba saber qué pensaba de absolutamente todo, y quizás por eso me lanzaba al ataque fansístico cada que msn lo permitía: ¿qué haces? ¿qué lees? ¿ya leíste a Szymborska? ¿no? ¿te paso uno de sus poemas? ¿qué opinas de a, b, c, y d? Me imagino que Diego, al otro lado de la pantalla, casi podía sentir toda mi admiración adolescente, y me imagino que de alguna forma eso le resultaba estimulante o excitante (sobándole el ego, mira nada más) o sabe dios qué, que se quedaba chateando conmigo hasta la madrugada.

Cuando nos separábamos, yo me quedaba casi siempre pensando en lo incorrecto de mis respuestas. Ojalá tuviera el ingenio, la brillantez y el encanto en el bolsillo, instantáneo y siempre listo. Luego, muchos años me entretuve fantaseando en qué se sentiría ser increíblemente bonita: ser inmediatamente bonita, destrabajadamente bonita, espontáneamente bonita. Pobre de la N., la morrita que toda la pinche vida ha estado atrapada en la dicotomía de las bonitas o las inteligentes. Bonita, ni cómo, pero en inteligente sí estoy por arriba de la media. Lástima que la puta madre, mi inteligencia sólo se convierte en moderado ingenio cuando la exprimo durante horas completas. Nunca efervescente, nunca a la mano.

Luego un día conocí a Diego en persona y me sentí tan nerviosa que sólo me salía sonreír y decir que ‘sí, claro’ a todo lo que me decía. El muy pendejo tuvo la osadía (oh pendeja osadía, pensaría yo muchos años después) de decirme que “por msn eres más interesante”. Afortunadamente, después seguimos saliendo y tuve ocasión de que corrigiera su percepción sobre mí. Jaja. Mentiras. Tuve ocasión de que me pasara lo de siempre: que una noche luego de verlo regresara yo pensando para mis adentros que “pinche vato pretencioso, su conversación estuvo de super hueva”.  Que es, a todo esto, la manera en la que siempre mato a mis padres: tengo que pensar que son unos pendejos y acto seguido me carcajeo y me siento liberada.  Incapacidad crónica para ajustar los zooms: siempre empiezo viendo a todomundo como un genio y qué pena me da que descubra que soy una tonta; luego empiezo a aburrirme de las personas y me digo que no eran tan inteligentes/cultas/divertidas/brillantes. Me aburro, el zoom se ajusta,  y me siento otra vez libre y sola.

Lo que quería decir, a todo esto, es que todavía lo extraño (no a Diego, al otro que todavía no tiene nombre completo en el blog).  Quería escribirle eso: todavía te extraño. Quise tomarme un tiempo para medir las reacciones y las posibilidades,  y luego quién sabe cómo el tiempo siguió pasando, las hojas se siguieron cayendo, nos quedamos con un paisaje de desnudez, de soledad, de lo que hicimos y la puta madre, de lo que fuimos, que no fue nada.

Tanta revoltura sólo para decir que no estaba aburrida, sólo cansada. Que ya no quise jugar. Que me fui. 

jueves, 23 de octubre de 2014

"Nos enterraron sin saber que también somos semillas"

Siempre que se convoca a una marcha me desespero y digo que ya no voy a ir a ninguna nunca más: “¿a cuántas marchas hemos ido sin lograr nada, eh?”, les digo a mis amigues que insisten en que “lo importante es seguir luchando”. Pero luego termino yendo, cada vez.  Regreso a casa cada vez más cansada y también cada vez (cada puta vez) pensando que “a lo mejor ahora sí ya logramos que cambie este país”.  En mi caso la esperanza es tan terca que siempre termina ganándole a la experiencia.  Antes no, ¿pero cómo sabes si ahora sí? ¿cómo sabes si quizás esta vez es LA vez? Si así fuera yo no me la quiero perder. Y entonces vuelvo a marchar.

Incluso ahora, que soy funcionaria de cierto lugar y tengo un horario de 9:00 a 7:00 muy al sur. Ayer traté de terminar pendientes; luego no pude y pensé que “a la chingada los pendientes, mañana llego temprano”. A eso de las 5:00 me quité los tacones godinez, me puse los flats de emergencia que siempre están en mi cajón, y me fui a marchar.  De paso, convencí a tres personas de la ofi de que me acompañaran.

El metro iba lentísimo, llegamos cuando ya habían salido varios contingentes del ángel. Por suerte encontramos muy fácil al “Bloque Rosa”, a quienes, desde que las descubrí, trato de unirme en cada marcha. Es que es lo máximo el Bloque Rosa: encabezan cuatro chicas feministas con la cara cubierta al estilo Pussy Riot; arman una batucada y todas las feministes y demás van ahí cantando, bailando, aplaudiendo y gritando consignas muy cagadas (“la jotería también es rebeldía” “sin maricones no hay revoluciones” “pucha con pucha, lesbianas en la lucha”). Me encanta que la idea es consignas no sexistas, así que en vez del “que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, ese no es presidente es una puta de cabaret”, gritan (con el mismo tono) “que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, ese no es presidente es un fascista, macho, burgués”. Ídolas.

Mi pequeño grupo de feministas institucionales se unió a la batucada feminista un buen rato. Nuestra primera impresión fue que había mucha más  gente que en la marcha pasada: todo se hacía más lento. Atrás de nosotras marchaba un contingente gigantesco de la Facultad de Química de la UNAM. Era bonito verlos a todos con sus batas blancas y sus caras serias.

Luego nos dieron ganas de echar un goya, pero en el Bloque Rosa esas cosas no entran.  Decidimos salirnos y esperar a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Craso error: la FCPyS venía muy atrás y la marcha iba lenta. “Metámonos donde sea”, dijo una. Y ese donde sea fue lo primero que pasó por enfrente: una banda tocando canciones fúnebres oaxaqueñas y guerrerenses. Nos metimos ahí y pasamos del alboroto de la batucada a la solemnidad de marchar por nuestros muertos. No pude averiguar de dónde salió ese contingente, pero todo el tiempo iba la banda fúnebre y el resto atrás, con seriedad, sin consignas, con lágrimas. Estamos aquí porque nos faltan los muertos. Nuestros muertos.

Alguien del pequeño grupo quiso salirse a buscar a otra persona que nos esperaba en la esquina. Nos salimos y ya no pudimos unirnos a la banda fúnebre. Marchamos un rato ahí, sin contingente, entre gente que parecía haber ido sola o en pequeños grupos como nosotras.

Entrando al primer cuadro de la ciudad, decidimos que queríamos hacer la entrada al Zócalo con el Bloque Rosa (era chistoso nuestro pequeño grupo tomando decisiones: ¿vamos a entrar al zócalo así sin gritar? ¿todavía estamos en tiempo de alcanzar al bloque rosa? ¿y si cortamos por Madero y las buscamos ahí?). Salimos, corrimos, las volvimos a alcanzar. Entramos al zócalo con ellas. Fue una cosa muy emocionante. Yo no cuento porque lloro por todo, pero ayer empecé a llorar desde el primer “vivos los queremos”; se me enchinaba el cuero de escuchar a tantos jóvenes reclamando las vidas, los cuerpos, las semillas (y ojalá también la lucha).

Estuvimos un rato en el zócalo, los grupos se organizaban y reorganizaban. Se encendían veladoras, un grupo en una esquina pintaba de blanco unas letras que de entrada no entendimos muy bien (“FUE EL ESTADO”, vimos después).  Alguien de nosotras quería subir a una de las terrazas que rodean el zócalo a tomar fotos: “mañana van a decir que vino muy poca gente, hay que tomar una panorámica”. Encontramos a otra amiga y nos subimos a la terraza del Gran Hotel de la Ciudad de México. Acaparamos el balcón (no sólo nosotras, había un montón de fotógrafos amateur ahí arriba) e hicieron las tomas buscadas. El zócalo no se llenó, pero casi. Velas, pintas, música, globos.

Pedimos una ronda de cervezas (¡pues ya qué!) y empezamos a comentar todo (es parte de mis rituales personales terminar lar marchas tomando algo con las personas con quienes haya ido. Esa reflexión colectiva me parece lo más sabroso y necesario de todo). A. llegó antes que nosotras al zócalo, nos contó que uno de los papás de los 43 dio un discurso muy conmovedor “yo no sé dónde está mi hijo pero sé que él sabe, ahí donde esté, que estoy muy orgulloso de él”. Especulamos un buen rato. El pronóstico es que Ángel Aguirre renuncia en estos días. A ver si le atinamos.

Llegamos a casa cansadísimos. Emocionados, consolados, “ojalá que ahora sí se vayan todos” decimos antes de dormirnos. “Yo creo que sí - me dice A. - que cuando regresemos a México vamos a encontrar un país diferente”. Ojalá, le digo yo. Y me duermo con consignas flotándome en los oídos, y con imágenes de un país por descubrir flotándome en los ojos. 

jueves, 16 de octubre de 2014

Amén



Do not vote for them unless they work for us. Do not have sex with them, do not break bread with them, do not nurture them, if they don't prioritize our freedom to control our bodies and our lives. 

Rebecca Walker

lunes, 29 de septiembre de 2014

Lunes, II



Todos los lunes a eso de las 10:00 de la noche paro un taxi muy al sur de la ciudad y, cual la "mujer saliendo del psicoanalista", dedico todo el trayecto a enrollar hilitos, recoger piezas sueltas, limpiar una que otra lágrima, soltar una que otra mala palabra. 

Hoy, sin embargo, mi rutina fue interrumpida por una especie que pensé en peligro de extinción: el taxista que conversa. Para mi muy grande sorpresa y placer, se pasó buena parte del trayecto hablándome de Bakunin y de por qué es que yo - si es que quería ser una buena profesionista - debería de leer por lo menos "Dios y el Estado", para entender mejor cómo funciona esta sociedad

Quiero decir que su plática me conmovió mucho, y no porque sea la típica colonialista de mierda que piensa que los pobres desdichados apenas y pueden hablar del último episodio de "La Voz México",  y que entonces qué tierno y qué inspirador encontrarte a uno de su especie hablando en tu lenguaje de autores y conocimiento. No.

Me conmovió mucho porque me recordó a mi papá. 

Quién sabe a cuántos pasajeros habrá aburrido/ilustrado/asombrado/soprendido mi papá dictando clases sobre historia mundial en su taxi . A cuántos les habrá hablado de la II Guerra Mundial, del imperio Turco Otomano, de los rollos del Mar Muerto. 

Mi papá, el taxista más culto de todo Saltillo. El que, ante la exasperación y los reclamos de mi madre, gastaba la mayor parte de su bajo salario en libros de viejo. Mi papá, el que, sin embargo, dejó de ir a una de las tres librerías de viejo de Saltillo porque el dueño siempre lo recibía con un "¿cómo va la chamba jefe?", y a él le daba pena decirle que igual, poco pasaje, gasolinas en aumento... igual.

"Donde esté tu tesoro estará tu corazón", dicen las Sagradas Escrituras. Qué corazón tan bonito el suyo, ese taxista con libreros llenos y cabeza llena de esperanzas.  

***
He estado pensando que quizás los hombres de mi vida hayan sido mis ejemplos más tiernos de los dobleces del fracaso. 

No podría estarles más agradecida. 


lunes, 25 de agosto de 2014

Rosario.

Así que la tristeza de despedirse de alguien de forma tan definitiva es esto. Un recuerdo borrado para siempre porque ya no hay con quién compartirlo.

Ella, que me conoció a mis 18. Que me vio llegar y luego irme, y luego irme más lejos. Ella, que tanto podría hablar de mí.

Y ahora esos recuerdos, esas huellas, ya no existen.

Y ahora lo que yo sienta por ella ya no importa porque ya no es comunicable. Pase lo que pase, haga lo que haga, duela como duela: ya no puedo llamarle para decirle que la quiero mucho, que le agradezco el montón de cosas que hizo por mí.

Ella fue una de esas personas que me miraban con la certeza de que yo ‘era especial’. Quizás las primeras miradas generosas que recibí dentro de esto que hemos decidido llamar ‘la academia’ vinieron de ella. Y hoy, 10 años después, sé lo que importa en este medio sentir eso: que alguien cree que lo que estás diciendo no son puras pendejadas. Que quién quita y un día puedas decir una cosa de verdad importante. 

Me reiría de cosas que ahora parecen tan graciosas, si no es porque lo que me sale son sonrisas infinitamente tristes. Como esa vez que alguna fundación le dio dinero al colectivo y nosotras consideramos que no estaba mal usarlo para pagarnos una cena ‘por todo la joda que nos hemos metido organizando cosas por el bien de la sociedad’. Y ella se encabronó cuando vio la factura, y nos regañó horrible, y nos dijo que ‘esto, aquí y en China, lo hagan como lo hagan, se llama desvío de recursos’. Desvío de recursos, suena tan gracioso ahora (hay que imaginarlo: un grupo de cinco chamacas haciéndole al feminismo que un día se hartaron de ‘estar trabajando gratis’ y agarraron dinero del colectivo para pagarse una cena en un restaurante. Y luego ella que se encabronó y nos metió una regañada como si fuéramos diputadas clavándonos el 60% de los impuestos de la gente pobre. Pues así era: norteña y derecha como el estereotipo manda).

Le decíamos ‘mamá’ aunque nunca tuvo hijos. Le decíamos ‘compañera’ cuando nos sentíamos combativas. Le decíamos ‘por favor’ cuando necesitábamos que interviniera con algún profesor que nos estaba haciendo la vida imposible.

Duele tantísimo saber que ya no está.

No puedo descifrar ni explicar este sentimiento que es muy nuevo para mí. Se murió mi amiga. Se murió mi amiga. Se murió mi amiga.

Llevo toda la tarde repitiéndomelo y luego tratando de olvidarlo.

Pero supongo que cuando se muere alguien así, tan querido, con quien has compartido tanto de tu propia historia… bueno, supongo que ahí empieza también la muerte propia. Ya no hay testigos, ya no hay cómplices, ya no hay quién pueda compartir ese recuerdo. Estoy hoy un poquito más sola, un poquito menos viva. 

domingo, 20 de julio de 2014



Viajé 22 horas en tren, 28 en camión. 

Estuve en unas cabañas en la sierra, luego en un hotel en la playa. 

Me metí al mar. 

Leí. 

Hablé. 

Escuché muchas veces el disco de 'Riding with the king', el de 'Pure Heroine', los éxitos de Etta James y un audiolibro con el quinto volumen de los eventos desafortunados narrado por  Lemony Snickett. 

Pensé mucho, en muchas cosas. Sobre todo en el muchacho que espero que me espere en el D.F. 

A la N. las cosas casi nunca se le presentan claras a la primera. Las poquísimas corazonadas que ha tenido han resultado equivocadas. Los planes se le hacen agua por todas partes. 

La N. decía que no le tenía miedo al desorden, a las dudas, al 'y qué pasa si_____?'. Y que entonces había que estirar la cuerda para ver qué tanto daba, para ver si esta vez aguantaba más. 

Pero entonces, ahora, me doy cuenta de que quiero viajar ligera. Que no tiene nada de malo hacerse bolas, imaginarse historias posibles, finales diferentes. Pero supongo que en este momento de mi vida estoy, por primera vez en mis 29 años, aprendiendo a estar enamorada de alguien de carne y hueso. Y quiero hacerlo bien, y quiero jugármela limpio. 

Lo único que tengo cierto cuando pienso en él, es que es un ser humano hermoso. Hermosísimo. Y así, de a poquito, le voy perdiendo el miedo a entender la autonomía de una forma diferente. Le voy encontrando el gusto a conocerlo todo lo que puedo, y a creer y sentir que lo único que tengo que hacer con esta relación es quererlo mucho, muchísimo. Es hacer todo lo que esté en mis manos para hacerle este mundo más amable. Darle todos mis abrazos, y todos mis besos, y todo mi cariño, y toda mi admiración, y decirle una vez y todas las que sean necesarias que es un ser hermoso. Que estoy feliz de estar con él. 

Que por fin (por fin, por fin) estoy empezando a creer que cosas buenas de verdad me pueden pasar a mí; sin verdugos esperándome en la esquina, sin cuentas por pagar en la vida de los meses siguientes, sin regalos espejismos, sin bufones, destinos, pecados ni condenas. Cosas buenas de verdad. Y él es una de esas. 



lunes, 7 de julio de 2014

Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos, de mi casa, de todo.


El odio se amortigua

detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza







***

Nuevo vicio: escuchar música y jugar 2048. Ideal para desconectar la cabeza un ratito (con sustancias puramente legales).

***
Hoy iniciaron las vacaciones del modo en el que me gustaría que empezara el resto de la vida: llena de vida, espesa, espesa, con un muchacho en traje apagando la luz y diciéndome que 'descansa otro ratito, te dejo la llave en el desayunador'.


***
Luego siguió la tarde del modo en que me gustaría que siguieran muchas tardes: con pláticas agradables, con recuerdos de hace (ya, tan pronto), diez años desde aquella vez que bla, bla, bla.

Y luego con un poco de nostalgia por cosas que nunca jamás sucedieron: me hubiera gustado tanto ir con ella al teatro, a más cafés, que conociera a 'Las peores de todas', porque seguramente le hubieran caído super chidas y etc. Pero, como se dice por ahí, 'el presente es lo único que tenemos' (jajaja) y ahora no me queda más que desearle buen viaje (¡buen viaje!).


***
Luego la terapia. Jodida terapia tan complicada. Es la primera vez que salgo de ahí con ganas de tomar algo y seguir llorando un ratito. Y es que, la verdad, odio (odio, odio) llorar en terapia. Me parece tan patético, tan de clase de orientación vocacional de una preparatoria chafísima.

Es curioso cómo las cosas que disparan los sentimientos esos tan cabrones y tan poco trabajados son las más insignificantes del mundo. Hoy en la plática rompehielo hablamos de una fiesta elegante a la que fui hace dos semanas. Luego pensé (y dije) que: 'es la primera vez en mis 29 años en que me siento adecuada en un evento de ese tipo'. Y es cierto, es la primera vez que tuve dinero suficiente para comprarme un vestido bonito, unos zapatos bonitos, ir a arreglarme el cabello, las uñas de las manos y los pies, etc., etc.

Y luego: paf. El recuerdo de mí a mis quince años en los XV años de Isla, quien entonces era mi mejor amiga. Nunca teníamos dinero para esas cosas, nunca teníamos dinero para casi nada. Me puse un vestido negro que me prestó una tía, y era un vestido horrible. Horrible, anticuadísimo. Tenía una especie de capa que se desprendía de una especie de collar. Una cosa vampiresca ochentera que me sentaba super mal y que era mi única opción. Así que me la puse. Así que me pasé toda la noche sentada sin moverme para que no se notara mucho que mi vestido, pues, era horrible.

Qué tontas las cosas que nos hacen llorar, qué insignificantes esas piedritas de las que apenas ahora me siento ligeramente capaz de reírme. Pero entonces, claro, era la gran desgracia.

¿Qué más podría decir? Este sentimiento de inadecuación que con muchísima frecuencia me acompaña no se debe nada más a que soy una ñoña medio boba socialmente. Tiene su raíz (oh Marx, cuánto te amamos) en condiciones materiales muy concretas que fueron la base de gran parte de mi subjetividad.

I mean: yo, a mis XV años, en esa edad en la que se supone que una empieza a descubrir que tiene cuerpo y que éste tiene ciertos efectos sobre otra gente, y en la que se supone que eso se puede disfrutar pues... mi historia fue diferente. Fue la de una morrita que se sentía inadecuada en las fiestas, y en general en cualquier lugar en el que no tuviera que llevar el uniforme de la secundaria.

Como ese tonto congreso al que una vez me invitaron. Se llamaba 'Jóvenes Unidos' y lo organizaba el Tec de Monterrey. Un congresito pedorro lleno de invitados encargados de 'motivar con valores a la juventud'. Para colmo, cobraban la entrada en un precio que entonces me parecía exorbitante. Pero ps era para jóvenes del Tec de Monterrey (o 'el tequito', según se conoce en el argot saltillense) que se sentían felices de pagar lana para que alguien les hiciera creer que éste podía ser un mundo mejor si ellos se decidían a ser emprendedores enough como para 'hacer la diferencia'.

 Whatever, como los organizadores eran algo así como los padres de la responsabilidad social, mandaban boletos gratis a las escuelas públicas como la mía. Y al encargado de repartirlos le pareció una gran idea que fueran quienes tenían mejor promedio. Mi papá me llevó y mi mamá me obligó a ponerme una blusa azul que era demasiado larga - demasiado brillosa - demasiado señoril. Demasiado contrastante con el estilo desenfadado de las chicas Tec: con los jeans Gabrielle y las camisetas lisas que, eso sí, decían en letras grandes marcas como 'Bebe' o 'Xoxo' o 'Gap'. Y yo ahí, con mi blusa brillosa y una falda negra. Tan inadecuada, tan fuera de lugar, tan queriendo fingir que en realidad no me importaba que mi mamá me hubiera jurado que se me veía bien y que me veía 'elegante'.

Y luego así, pensando, cuándo fue la primera vez en la que me sentí así y descubrir (con doloroso asombro) que fue mucho antes de la adolescencia. En la primaria, en una comida en Carl's Jr., en la fiesta de Karla, en la kermesse de tal fecha, etc., etc., etc.

Es tan soso, pero de lo primero que me acordé fue de Martha Nussbaum. Jajaja, ya mátenme mejor. Anyway, su concepto de pobreza es lo máximo. No - pobreza es 'que cualquier persona tenga lo necesario para aparecer en público sin sentirse avergonzada'. Ay, Marthita, ps habría que cambiar la sociedad completita para que ciertas cosas fueran más valiosas que otras.  De otra forma ni modo de darle a todo mundo una blusa de marca y unos zapatos que combinen. Which means: ojalá a mis quince años me hubiera sentido adecuada sabiendo que estaba en ese tonto congreso gracias a mis incipientes méritos de tener un buen promedio. Pero no, no hubo orgullo, autonomía ni agencia capaz de hacerme sentir mejor (incluso hoy sigo poniendo cara de asquito cuando describo esa tonta blusa azul brillosa).

Y yo lo he dicho en todo este post (y en toda la terapia) de manera muy propia y muy correcta, explicando que me sentía 'inadecuada'. Pero ahora que lo pienso, esa inadecuación iba de la mano con la vergüenza.  Es decir, no sólo con 'ser' inadecuada, sino con darte cuenta de que, en efecto, estabas siendo inadecuada.

***
Y por eso ahora no puedo, de verdad no puedo, dejar de llorar cuando me acuerdo de que el sábado fui a comer a un tianguis y se me partió el corazón cuando un señor se puso a cantar y su hijito (de unos siete años) pasó extendiendo una tinita para que pusiéramos monedas mientras se cubría la mitad de la cara con su antebrazo. Vergüenza.

Porque entonces eso: la solución no es que ahora yo me pueda comprar unos zapatos Franco Sarto que hacen perfecto juego con mi vestido porque tengo un cheque quincenal que me lo permite. La solución es que cambiemos este puto mundo.


***
Supongo que lo que sigue es golpear a la próxima persona que me diga que soy una 'marxista setentera'.


Y también hacer la revolución.

viernes, 28 de marzo de 2014

I can't fight any longer



Hoy 28 de marzo de 2014 hace exactamente 73 años que Virginia Woolf se decidía a descansar. / Quise escribir antes que 'se daba por vencida', pero esto sería terriblemente injusto: ¿quién de nosotros, pienso, quién de nosotros hubiera tomado una decisión distinta de haber sido ella? // Es jodido luchar todos los días por levantarse, por escribir, por hacer lo que te gusta y te hace feliz; jodido luchar todos los días contra eso que también eres: una mujer enferma. // Así que yo no lamento que Virginia se haya suicidado, yo celebro esos 59 años que logró estar en pie. 

Y ahora su última carta, que me conmueve como pocas cosas en esta vida:

I feel certain I am going mad again. I feel we can't go through another of those terrible times. And I shan't recover this time. I begin to hear voices, and I can't concentrate. So I am doing what seems the best thing to do. You have given me the greatest possible happiness. You have been in every way all that anyone could be. I don't think two people could have been happier till this terrible disease came. I can't fight any longer. I know that I am spoiling your life, that without me you could work. And you will I know. You see I can't even write properly. I can't read. What I want to say is I owe all the happiness of my life to you. You have been entirely patient with me and incredibly good. I want to say that everybody knows it. If anybody could have saved me it would have been you. Everything has gone from me but the certainty of your goodness. I can't go on spoiling your life any longer. I don't think two people could have been happier than we have been.

Descansa en paz, Virginia.

jueves, 27 de marzo de 2014

Soy sólo una chica con un transtorno mixto

Darse cuenta de que los días pueden empezar de una manera diferente es casi como el maná.

Los pasados cinco días (sábado, domingo, lunes, martes y miércoles) desperté en medio de ansiedad y lágrimas. Es horrible y no pretendo explicarle a la gente que es una cosa que va mucho más allá del drama en turno o de la incapacidad para ser optimista y paciente.

Ya lo dije por acá: la ansiedad es una cosa que combina un desequilibrio químico en nuestro cerebro con incidentes de la cotidianeidad. O algo así entiendo. Es decir, que una cosa aparentemente sencilla se sale de proporción porque hay una predisposición a la sobre-reacción química. No entiendo muy bien, pero creo que es algo así.

El martes tuve que ir a un evento muy nice a las 10 de la mañana: lugar elegante en Coyoacán, me estaban esperando con un personificador, tuve que hablar al final de la presentación. Mi trabajo es francamente envidiable: ésas cosas las tengo que hacer por lo menos una vez por semana. La gente me trata bien, me entero de cosas importantes y que me interesan mucho (ese día por ejemplo la presentación fue sobre un informe de la CEDAW) y etc. Y todo el tiempo, todo el tiempo, estuve sintiendo ansiedad, apretándome las manos y tratando de ‘pensar en otra cosa’.

Ahora, cuando una está muy ansiosa y llora, la ansiedad se calma un poco. Así que el martes en la noche me puse a llorar  y lloré muchísimo; resultado: ayer vine a la oficina con los ojos hinchados y muriéndome de sueño.

Estoy asustada porque según yo estas cosas ya habían pasado. Estoy asustada porque no he dejado de tomarme los antidepresivos todos los días, sin falta, y de todas formas esto. Estoy asustada porque a veces, como el martes, pienso que ‘esto es una pesadilla y nunca se me va a pasar’.

Pero luego hoy me obligué casi literalmente a pararme a las 6 de la mañana para ir al gimnasio a correr. Correr es una cosa hermosa: los primeros 10 minutos me duelen las piernas, me duelen los senos, me duelen los pies y me pregunto si podré aguantar más rato, pero una vez que pasa eso se me olvida que estoy corriendo y ése es el momento más chingón de hacer ejercicio: cuando ya ni te das cuenta.

Regresé al departamento, Q. escuchó que estaba en la cocina y salió de su cuarto a desayunar conmigo.

Hay gente que me hace tanto bien: gente empática, gente que abraza con cara de ‘te juro que no entiendo lo que te pasa, pero está jodido verte así’, gente (como mi hermana) que me da la mano en la calle o en cualquier lado cuando me ven ansiosa. Y eso es bien bonito.

Así que hoy mi día empezó bien.

Darse cuenta de esas vueltas y ese ‘hoy está siendo diferente’ creo que debe ser una de las cosas más bonitas de estar viva. 

miércoles, 26 de febrero de 2014

Y el libro de los acontecimientos se encuentra siempre abierto por la mitad...

La última vez que A. y yo salimos como pareja fue en diciembre, a una cena en casa de unas amigas de él.  Esa noche yo tendría que estar viajando a Saltillo pero perdí el camión y tuve que regresarme a mi casa. A. me dijo que ya que me había quedado un día más en el D.F. por qué no lo acompañaba a una reunión
.
Llegamos tarde y en la cena – reunión sólo quedaban dos personas, mucho pastel, y poquito whisky. De todas formas estuvimos ahí un rato platicando con ellas. La anfitriona era una mujer súper agradable y divertida; la otra persona era una mujer que se veía con un carácter medio raro y que al parecer no simpatizaba demasiado con A. porque se dedicó a hablar sólo conmigo, quejarse amargamente de que la habían mandado a Irán, de que nada en el SEM funcionaba como debería, de que cuando los hombres entraban al SEM se casaban y cuando las mujeres entraban al SEM terminaban con sus novios (o viceversa). Me dijo que lo más conveniente era que A. y yo nos casáramos y luego se dedicó a darme consejos sobre ‘cómo ser una buena pareja de un diplomático’.

Yo le seguí la corriente (soy experta en eso) mientras miraba con envidia a A., que platicaba con la anfitriona buena onda mientras, como siempre, jugaba con mi cabello.

Saliendo de la cena, A. se disculpó por haberme dejado en esa parte del sillón, me dijo que en efecto la morra ésa le caía súper mal, etc. Fuimos a mi casa, nos quedamos dormidos, al otro día él se levantó temprano porque se iba de viaje, yo trataría de tomar mi camión perdido esa misma tarde. Nos despedimos, quedamos en platicar a mi regreso de todo el desmadre que traíamos, pero luego pues... lo de siempre, las cosas fueron diferentes y terminamos apenas una semana después de eso.

Ayer supe que la chica con la que estuve platicando ese día está desaparecida desde hace varios días. Creen que está secuestrada, y creen que la secuestraron saliendo del metro Taxqueña. Nadie ha pedido rescate así que todo son sólo suposiciones.

A veces creo que es inevitable sentir que todo se está yendo a la mierda todo el tiempo. 

sábado, 22 de febrero de 2014

Tlacotalpan, 22 de febrero 2014


***
La canción de Chicago de Sufjan Stevens siempre me pone de buen humor. Me gusta que al "I made a lot of mistakes" siga la consoladora frase de que "all things go, all things grow".