domingo, 14 de junio de 2015

Uno más

Las cosas disfrutables que últimamente hago los domingos: levantarme tarde, ir a almorzar con una amiga (M.), después ver con Y. cuatro capítulos al hilo de una serie con la que estamos clavadísimas.  Historias bonitas y milagrosas cómo es que M. y Y. terminaron siendo las mujeres que hoy me dedicaron una parte de su día: M., que fue esa desconocida que pasó por mi oficina a hablar sobre un caso de violencia sexual en C.U. hace unos meses, y Y., que hace muchos, muchos años, fue mi alumna en Saltillo.  A veces las cosas crecen de una manera tan impredecible y tan bonita, que no queda sino seguir asombrándonos ante el milagro de los cafés, las mañanas y las tardes compartidas precisamente con ellas.  La relación inicial era de funcionaria - colaboradora, maestra - alumna, y luego ellas dijeron y yo dije y respondimos y esto: el milagro de construir algo con alguien.

Después del almuerzo con M. pasé a la librería que estaba a dos pasos del lugar en el que comimos sendos chilaquiles con aguacate y crema. Vi un libro muy bonito de Danielewski que en la portada decía "del autor de House of leaves". Recordé a J.

J.

Una reflexión más extensa podría ser hecha sobre mi experiencia en estos meses con Tinder y las miles de cosas que he pensado algunos sábados y/o domingos sentada frente a extraños que no tengo ninguna intención de volver a ver. Con J., sin embargo, algo pasó diferente y me dieron ganas de que no fuera una sola vez, una sola charla, una sola ventana. Quizás porque la primera vez que nos vimos estuvimos cuatro horas seguidas sentados en un café riéndonos de Rayuela mucho rato. Pero riéndonos bien de Rayuela, o sea, como dos personas que lo leyeron - releyeron - disfrutaron - sufrieron y ligaron una parte de sus recuerdos juveniles a esa experiencia. O sea, no con el esnobismo hispteriano que dice 'qué hueva Rayuela' como un lugar común más de los ya muchos que nos rodean.
Total, que en una de las pláticas siguientes, J. mencionó House of Leaves con mucho amor. Me contó una anécdota al respecto y a mí, cursi as always, me conmovió mucho que alguien me enseñara de manera tan abierta su cariño por un libro. La anécdota además era que compró el libro dos veces y dos veces lo perdió, la segunda habiéndoselo prestado a un amigo (muy querido, supongo) que en un divorcio - naufragio perdió la mitad de sus libros, el de J. incluido.

Así que hoy en la librería cuando vi "The familiar, vol.1", el libro nuevecito de Danielewski (igual de bonito, bonito, codiciable que los anteriores) me dieron muchas ganas de comprarlo para J. Lo dudé un buen rato porque: 1) no estaba barato, 2) J. y yo no somos tan amigos y pues, no sé, no quisiera complicarlo demasiado quebrándose la cabeza pensando por qué una morra a la que ha visto dos veces le regala algo tan chido, y 3) porque J. últimamente ha estado medio raro conmigo, medio ansioso por dejarme claro que 'he's not that into me' .

El último argumento era el más pesado, así que dejé el libro y caminé hacia el otro pasillo. Pero después pensé que estaba siendo muy ridícula pensando casi peligrosamente en términos de merecimiento. Y yo odio, odio, odio, relacionarme con la gente bajo esas condiciones. Es decir: hay gente que no merece que le conteste los mails, y hay otra que merece mucho más de lo que he sido capaz de dar, y hay gente que merecería no estar ni siquiera en mi fb y que sigue ahí. No es porque no me dé cuenta de que han sido mala onda conmigo, de que me han hecho equis o ye cosa. Es sólo porque desde hace tiempo decidí que esa no era la forma en que yo quería llevar mi vida, pensando siempre si fulanito o sotanito se merece o no mi amistad/compañía/amor. Nope. Yo quiero hacer lo que yo quiera, también en esto. Lo que me salga de adentro, merecido o no. Éste es otro aprendizaje que me ha costado un chingo, pero con el que ahí voy.

Así que sonreí, me regresé y compré el libro. Pensé que sería una especie de experimento: te estoy regalando algo que seguro te va a gustar mucho por la única razón de que me dieron ganas de regalártelo. Es una acción autocontenida: ni forma parte de un plan, ni es con la intención de que me regreses nada, y ni siquiera con el propósito oculto de que me llames el fin de semana.

Además, J. y yo habíamos quedado de vernos hoy más tarde, así que ya está, según yo no había tiempo de pensarlo mucho. Cuando salí de la librería me sentí como niña chiquita anticipándose en la emoción de dar el regalo. O sea: tuve que contenerme para no mandarle un mensaje por whatsapp diciendo 'hey, te tengo un regalo que empieza con libro y termina con Danielewski' jaja.

El punto bonito/instructor de la tarde fue que justo estaba en eso cuando J. me canceló, again, el café de hoy.

Caminé al departamento cargando el libro y la desilusión (#dramaqueen). Me imagino que es poco probable que vuelva a ver a J. alguna vez y ahora pues, ya está. Si tan sólo me hubiera cancelado 20 minutos antes quizás ni siquiera hubiera tenido que entrar en mis dilemas de lo compro - no lo compro.

Fue una tristeza bonita anyway, comprar un regalo con mucho cariño y luego darme cuenta de que ni siquiera estaba el destinatario. Es una imagen triste amigues, tener ganas de dar algo y quedárselo guardado (esta ternura y estas manos libres, ¿a quién darlas bajo el viento?). Pero luego pensé que el experimento seguía en pie, y que hay qué ver que pasa ahora con ese libro. De entrada, obviamente yo lo voy a leer. De seguida: en diciembre lo voy a tener que regalar anyway porque tendré que deshacerme de al menos la mitad de mi biblioteca. ¿Quién será el o la afortunada que no estaba en los planes pero que va a terminar con The Familiar en su librero?

Parece que no tiene nada que ver con M. y Y. pero sí porque qué chingón que, de alguna forma, los regalos terminan sólo llegando. 

***
http://www.npr.org/2015/05/10/404917355/danielewski-returns-with-a-long-sideways-look-at-the-familiar?utm_medium=RSS&utm_campaign=books

domingo, 31 de mayo de 2015

Otro domingo

El punto es que el domingo empezó desde el viernes. El sábado me la pasé todo el día encerrada en el departamento viendo películas y leyendo (o sea: acabándome los recursos del domingo), así que el domingo despierto ya con mis 'fuerzas disminuidas', por decirlo de alguna forma. O sea: me despierto triste. Muy.

Tengo muchísima hambre porque no he comido nada desde ayer en la tarde, salivo sólo de pensar en un desayuno con proteínas (o sea: no con otro de mis yogurths griegos). Me cambio, tomo un taxi, me voy a un café hipster de Alvaro Obregón que me gusta mucho. Pido un desayuno muy sustancioso y veo el reloj: son las 11:00 am. Me propongo quedarme a leer hasta las 3 de la tarde. Estoy leyendo una novela de Chimamanda Ngozi Adichie que se llama 'Americanah'. Se trata de una morrita nigeriana (Ifemelu) que se va a vivir a Estados Unidos sola (es decir, sin sus papás, hermanos, novio) para estudiar la universidad. Los primeros capítulos fueron medio aburridos porque iban sobre la historia de amor de ella y el novio de la preparatoria (en Nigeria) y pues, no sé, como que ahí se repitió el lugar común de que eran el uno para el otro pero resulta que muchos años después ella está soltera (considerando volver a Nigeria), mientras que él está casado con una morra que no tiene nada que ver con Ifemelu: es linda, preocupada por el status social, extraordinariamente amable (mientras que Ifemelu fue siempre la salvaje contestona rebelde inteligente). A mí me suena tan, pero tan, pero tan conocido (¿ya conté que mi novio de la universidad, con quien los fines de semana nos tirábamos en un parque a leer  y leer y leer, ahora anda con una instructora de gimnasio que está buenísima y sube fotos sexys every single day, acompañadas con frases de superación personal con faltas de ortografía?). So: lugar común, pensé. Qué hueva.

Pero luego ya se pone mejor la novela. Los capítulos en los que cuenta los shocks culturales son jodidamente divertidos. Los disfruté mucho.

Total, a las 3 ya me siento cansada de leer y ya cumplí mi meta, así que pido la cuenta y me voy. Pero (la - puta - madre) otra vez lo de siempre: ¿y ahora a dónde voy? Pues al depa, supongo. En el depa me pongo a ver una película muy bonita que se llama Meteora;  trata sobre una monja y un monje (guapísimo) que viven en un convento en Grecia y que se enamoran y se aman. Es muy bonita, muy, muy bonita visualmente.

La película se termina y son las 5, apenas. Le escribo a A., quien me dice que ya se está quedando dormido. Me pregunta que qué voy a hacer el resto de la tarde y me pongo a llorar. 'No sé - le digo - este día está siendo terriblemente largo'. Pero luego le digo que no se preocupe, que descanse, que estoy bien.

A veces me siento tan tonta y tan ridícula. Podría hacer tantas cosas: tengo un chingo de libros sin leer, vivo en una ciudad gigantesca y podría ir otra vez a la cineteca, o al cine, o a comerme un postre rico a la Tratoria, o podría ir a caminar por ahí, o ver las series que me faltan o... no sé, hay muchas cosas posibles. Y sin embargo el pequeño 'pero' es que hacer cualquiera de esas cosas en este momento me implica muchísima energía. Todo el problema es la energía. Por ejemplo: tengo que convencerme de salir de casa, tengo que convencerme de quitarme la pijama, tengo que convencerme de hablarle o escribirle a fulanito a ver si quiere ir por un café. Es decir: podría perfectamente pasarme todo el día acostada sin hacer nada y soltando lagrimitas de cuando en cuando. Pero esa sola imagen me da tanta pereza que digo 'no, no tengo que hacer eso'. Así que en cambio pienso en otras cosas que podría hacer: 'tengo que irme a un café a leer otras tres horas', el punto es que seguir esos planes me significan muchísimo esfuerzo.

¿Suena tonto? ¿suena loco? ¿suena infantil? Quizás es todo en uno. ¿Pero y qué voy a hacer? ¿negar que esto está siendo difícil de manejar? ¿decir que no me muero de miedo ante la posibilidad de otra depresión - que es lo que MENOS necesito ahorita?

Es sin duda una buena estrategia eso de obligarme a hacer cosas. Pero hoy, la verdad, no las pude. Me la pasé toda la tarde llorando. Hice un intento por ver a M. y le mandé un mensaje diciéndole que si íbamos por un café pero ps, lo de siempre. Es decir, pasa que no me gusta decirle a la gente 'OYE, ESTOY SUPER TRISTE Y ME HARÍA MUCHO BIEN VERTE HOY', entonces más bien trato de dejarlo en 'nivel casual' y digo cosas como 'opción c) vamos por un café' y entonces pues, suena a mensaje de chica relajada que entenderá que no le respondan porque cualquier cosa pasó y no le pudieron responder. Pero como en realidad no hay chica relajada pues...

Me puse a llorar otra vez, y otra vez, y otra vez. Me dije que sentía muchísimo tener que estar viviendo estas cosas de esta manera. Que si tuviera una varita mágica en este momento pondría a dos amigos cercanos que no se cansaran de llamarme los domingos, y pondría muchas reservas de energía para hacer todas las cosas que podría hacer, y pondría un entorno más amable a mi alrededor (y me quitaría cinco kilos de encima ya que estamos....). Me acordé de Jaime, porque hace cinco años que estaba en una crisis parecida él tuvo la idea de ir por mí un domingo, sacarme de la cama, llevarme a Chapultepec  a que me diera el sol, invitarme un agua de fresa y traerme de regreso a casa. Quién sabe si Jaime lo recuerde y quién sabe si siga pasando por aquí pero gracias, gracias, gracias. A veces no deja de asombrarme la generosidad de las personas.

O sea que este domingo lo hice tan, pero tan, pero tan mal, que a las 7:30 me tomé un clonazepam. Lo siento muchísimo, ésta sigo siendo yo.


UPDATE:

Amigues, amigues, que no cunda el pánico. Hoy cuando pude abrir los ojos (a eso de las 8:00 am) vi que tenía varios mensajes en el celular de algunos de ustedes preocupados por mí. Estoy bien, en serio. Es el primer fin de semana que paso tan mal en lo que va del año y eso para mí está bien porque pues, no sé: cinco meses y un fin de semana malo no suena mal, no? Suena a que lo estoy haciendo bien. He sido depresiva por varios años y he aprendido que, igual que con el resto de los padecimientos, la cosa es tenerse paciencia, mucha, mucha paciencia. Tranquilo todomundo. Aunque si quieren invitarme un café será bienvenido =)


Un domingo

Me levanto tardísimo, creo que ayer me quedé leyendo hasta la madrugada. Además, he descubierto que levantarse tarde los domingos es un win - win: descansas todo lo que necesitas y el día dura considerablemente menos. En este caso son las 12:00 pm y yo estoy apenas saliendo del sueño y de la cama: acorté considerablemente las horas por venir.

Pero igual hay que levantarse, así que lo hago. Desayuno en cama un yogurth, que últimamente es mi dieta favorita de fines de semana; otro descubrimiento: puedo vivir a base de yogurth griego sin cansarme y sin quejarme.

Hablo un rato con mis seres queridos: hermana, mamá, A. Por primera vez en todo este tiempo empiezo a imaginarme cómo será estar en Sudáfrica: qué cosas quiero hacer allá, qué lugares quiero visitar, qué museos no me puedo perder. Es curioso, alguien como yo que ha salido tan pocas veces del país debería estar emocionadísima ante la idea del viaje que se aproxima: un mes completo en un continente totalmente diferente y, quizás más que diferente, totalmente ajeno para mí. No sé, quizás si fuera a París o Barcelona tendría un poco más de idea de qué esperar. Pero en este caso voy a Sudáfrica, país del que tengo un conocimiento considerablemente limitado: Mandela, el apartheid, el Mundial en el que cantaba Shakira.

Y es también chistosa la vida, que mi primer viaje largo fuera del país vaya a ser así, tan resultado del azar.

Creo que todos estos meses he tenido que concentrar todas mis energías en que no me lleve la chingada, así tal cual. Quizás por eso todos los fines de semana me siento cansadísima y sin ganas de salir de la cama o de la casa: me estoy gastando mis reservas de bienestar en soportar el ambiente laboral. No suena justo y no suena saludable.

Pero, como todavía no puedo renunciar, supongo que lo más sensato será ir tratando de que ese mundo sea menos abrasivo con mi vida. Así que por hoy trato de no pensar mucho en eso, de quitarle fuerza a lo que pasa, de concentrarme en mi vida que sí, por difícil que sea últimamente, excede lo que pasa en la oficina. Entonces me pongo a sacar cuentas: faltan apenas cinco semanas para irme. Tengo un montón de pendientes previos, empezando por ir a hacer el trámite de la visa, y luego ir a ponerme las vacunas contra la fiebre amarilla. ¿Y después qué?

Suspiro y me pongo a planear cosas que voy a hacer allá. La única cosa que tengo clara hasta el momento es que quiero ir a Ciudad del Cabo. Hurgando en internet descubro que hay un tren que viaja desde Pretoria hasta Ciudad del Cabo: dos noches incluidas porque el camino es larguísimo. Ni siquiera puedo imaginarme tanta felicidad, viajar dos días completos en tren por Sudáfrica suena a algo jodidamente bueno. Le llamo a A. para decirle que qué opina y él, como siempre, me dice que sí, que claro, que yo puedo hacer lo que yo quiera cuando esté allá. Que él no podrá acompañarme pero que si quiero me compra el boleto, si me animo a hacer el viaje sola - dice. Quizás a estas alturas del año no me entusiasma demasiado hacer un viaje sola otra vez, pero pff, es Sudáfrica y es un tren y suena como a la más loca de mis fantasías turísticas. Así que sí, espero hacerlo.

Otra cosa que quiero hacer estando allá es escuchar música. Tampoco sé muchas cosas de las tendencias musicales sudafricanas, y me imagino que habrá algún tipo de música postapartheid que me estoy perdiendo. Seguramente habrá un chingo de cosas que me estoy perdiendo y he desperdiciado todos estos meses tratando de estar en un nivel mínimo de 'bien' en vez de ponerme a estudiar cosas sobre Sudáfrica. Lo siento, soy una ñoña provinciana, mis únicos recursos para acercarme a una cultura tan diferente son las investigaciones por internet. Luego pienso que voy a estar allá y mi ojo va a dejar escapar un chingo de cosas por no haber ido con un mínimo de background que me alerte. Angustia y ya qué más, si tan sólo faltan cinco semanas.

Total, que me pongo a escuchar los discos de Vusi Mahlasela, quien fue (me entero) uno de los artistas más famosos anti apartheid. Me gusta. Quizás un par de canciones me suenan algo cursis, pero en general me gusta: es como caminar en la playa y dejar que un par de olas apenas me toquen las plantas de los pies. Estoy metiéndome en este país de a poquito.

Después de hacer esas breves búsquedas por internet me siento muy contenta y, por primera vez en muchos días, genuinamente entusiasmada por el futuro. Trato de que ese buen humor me dure un poco y lo aprovecho yendo sola a la cineteca.

Elijo Güeros, película que todomundo ha visto y discutido (menos yo). La función es a las 3:00, tengo que correr para llegar a tiempo y rogar que no llueva en el trayecto.  La película me gustó muchísimo, no entendí nada de la polémica alrededor (o sea, sí, la caricaturización de la huelga y eso pero en general qué onda vatos, parece que nunca han estado en una asamblea puma - yo sí he estado y pues, este, así que tú digas no manches que pensamiento político tan desarrollado pues, no). Quizás el único punto para mis notas mentales es que en realidad no sé casi nada de la huelga del 99. En ese entonces yo era una adolescente de 14 años cuya curiosidad por la realidad nacional era nula. Si acaso escuchaba las pláticas de mis papás y/o profesores, pero todas estaban basadas en lo que entonces era el lugar común de las opiniones de clases no-intelectuales sobre la huelga: que si a poco no sabían los muchachos de la UNAM que en provincia las cuotas de las universidades públicas eran de 2mil pesos al año y 800 al semestre; que si por qué no mejor se ponían a estudiar; que si por qué no valoraban las oportunidades que muchos de nosotros no teníamos (chamaquitos de provincia que en el 99 jamás hubiéramos podido estudiar historia, física, sociología o alguna de esas carreras que no se ofertaban en nuestras ciudades).








Pensando en eso me doy cuenta de que no he comido y me tomo un café con pan en uno de los restaurantes de la cineteca.

Termino y son casi las 6, pienso en regresar al depa pero algo adentro de mí se encoge de tristeza: ¿al depa? ¿y qué vas a hacer con las horas que te quedan? Pero tampoco tengo muchas opciones así que, ni modo, emprendo el camino de regreso a casa.

Llego a casa y se me ocurre que no tengo cigarros y que debo ir a comprar unos. A mi celular se le está acabando la batería, sólo voy a la esquina, lo dejo conectado. Agarro un billete de 100 pesos, las llaves que estaban sobre el buró, y salgo rápido. Cuando estoy en la esquina me doy cuenta de que agarré las llaves de la oficina, no las del departamento. Pánico. Domingo, 8 de la noche, poco varo, sin celular, sin llaves, sin certeza de que mi rumi vaya a regresar a dormir.

Me acuerdo de que M. vive en la esquina de mi casa. M. es un chico muy, muy listo, a quien conocí gracias a twitter. Salimos un par de veces pero luego pues, raro, la gente anda cargando sus prejuicios para todos lados. M. creyó que yo estaba buscando pareja y me dijo que lo sentía mucho, que yo le caía súper bien pero que seguía clavado con su ex. Yo me ofendí y solté un rollo sobre Hannah Arendt, la impredecibilidad de la acción, y lo estúpido que me parecía que me estuviera diciendo que no me quería volver a ver porque seguía clavado con su ex: ¿en tu cabeza no existe el horizonte de múltiples posibilidades? le dije, y luego creo que nos dejamos de ver.

Sin embargo, M. es la única persona a la redonda que sé dónde vive y cómo se llama. Así que voy a su departamento, toco, lo saludo como si nada 'Hey M., ¿estás muy ocupado?' . El M., sin embargo, es una persona lindilla que baja a abrirme y me propone que, en lo que llega mi rumi, vayamos a caminar por ahí. So: caminamos mucho rato. Vamos hasta universidad, compramos un café, regresamos al depa, no hay nadie, vamos a comprar pan, regresamos al depa, sigue sin haber nadie, subimos a su depa, me presenta a su gata, se pone a hacer té y nos ponemos a platicar.  M. es un tipo cultísimo, con un departamento lleno de libros, que trabaja como editor en conaculta y que, al parecer, puede hablar sobre literatura horas y horas. Así que habla sobre literatura horas y horas mientras yo tomo té, lo escucho, asiento de vez en cuando, me pregunto si de verdad Q. no va a regresar a dormir y si M. me daría chanza de dormirme en su sillón sin creer que le estoy echando los perros. Afortunadamente el mundo nunca lo sabrá porque luego lo acompaño a comprar un garrafón y veo que Quique está doblando la calle: grito, corro, lo alcanzo, le quito las llaves: estoy salvada.

Pienso que es una lástima que M. y yo no seamos amigos. En estos 6 meses de soledad en el D.F. he comprobado lo que el Kanano me dijo alguna vez: a tus amigos los vas a conocer antes de la universidad, luego todo está manchado por las posibilidades de sexo - noviazgo - matrimonio. Bueno, quizás no ha sido tan así, pero de alguna forma sí. En todo caso, yo soy una mujer que casi nunca le tiene miedo a las posibilidades. A mí me gusta mucho pensar en eso de que 'podemos ser amigos e incluso todo lo que queramos' y ese 'todo lo que queramos' significa exactamente eso: podemos ser amigos que se besan o no, podemos ser amigos que se ven una vez al año para ir al cine, podemos ser amigos que no se ven nunca pero se escriben correos largos, podemos ser amigos que se juntan una vez al mes a ver películas de Kim Ki Duk, podemos bla, bla, bla, bla. Lo malo es que siempre me cuesta mucho convencer a los vatos de eso. 'Hey, podemos ser amigos o incluso todo lo que queramos' y ellos, por alguna razón, escuchan 'HEY, tengo 30 y estoy buscando un marido, te estoy diciendo que podemos ser amigos para luego irme a vivir a tu departamento' jajaja y pues la hueva mil.

El domingo estuvo bastante llevadero, me duermo otra vez escuchando a Vusi Mahlasela; espero no llegar a SA y que todomundo se ría de mis referencias culturales. Pero mientras pues, está chido:



domingo, 24 de mayo de 2015

Crónicas dominicales, 0

Predeciblemente, siempre he encontrado difíciles los domingos. Ya sé que es predecible porque ya sé que es un cliché de famas-atormentadas y muchachas melancólicas. Y yo, bueno, ya sabemos: a veces soy un cliché encarnado en cada uno de mis 150 centímetros de estatura. 

Pero el domingo es un día feo, lo creo de verdad.  Ese día - frontera que no termina muy bien de ser una cosa ni la otra. Ni total descanso porque hay que prepararse para la semana, ni total semana porque es oficialmente el día de descanso. Es un día para recordar que no importa quécómocuándo, la vida tira siempre para adelante. No hay remedio: estamos atrapados entre días que empiezan y se acaban cada vez, cada 24 horas, sin posibilidad de pausas, ensayos o backstages. 

Cuando era niña los domingos me ponía a hacer la tarea, sacar el uniforme, bolear mis zapatos, "hacer la mochila" (que quería decir: organizar los cuadernos que me tocaba llevar cada día de la semana). Cuando era adolescente los domingos me entraba un anhelo casi irrefrenable por tener otra vida.  Me imaginaba adolescencias menos sosas que la mía: un novio (rubio, lindo, detallista), el cine (al que iría con el novio rubio lindo detallista), amigas divertidas, etc., etc.... tenía una cabecita bastante promedio muy influida por las telenovelas y las películas gringas.

 En cambio, entonces los domingos eran familiares. Pero no, no con ese concepto de 'familiar' tan mexicano folclórico nostalgiable. Las nuestras no eran comidas típicas con pláticas interminables. En casa sólo éramos nosotros cinco, ninguna familia extensa para añadir a la fotografía. Y los domingos, por lo general, mi papá en la tarde nos invitaba a esa costumbre tan rara y tan de provincia (impensable en el D.F.) de "dar la vuelta", que era básicamente subirnos al carro y pasear. Mi papá al volante elegía la ruta siempre: una hora completa de manejar sin rumbo por la ciudad. A veces la vuelta terminaba antes, con la camioneta parada en la plaza de armas. Era chistoso porque no hablábamos mucho. Yo sólo recuerdo ir sentada en el asiento de atrás, viendo por la ventana, escuchando Estéreo Saltillo (canciones bobas, cursis, melosísimas que aderezaban mis sufrimientos pubertos) y deseando ser otra. Entonces 'desear ser otra' me atormentaba un poco: era un deseo que me producía mucha culpa. Luego de una maestría en sociología y chingos de años de terapia entendí que ese deseo es 1) natural, y 2) un móvil poderoso; pero ese entendimiento vino muchísimo después. 

Luego siguieron muchos años con domingos manejables. Toda la universidad siendo novia de C., los domingos significando que nos veríamos. Domingos de tesis, domingos de tareas, bla, bla, bla. Domingos de lectura, porque lo cierto es que si soy una adicta a las novelas es porque había domingos en los que lo único que se me ocurría para matar la tarde era ponerme a leer como loca. Y estuvo bien porque era así: leía horas completas, me aburría, recordaba que no tenía nada más que hacer, tomaba agua y volvía a leer horas completas.  Nada de glamour por aquí, nada de niña proyecto que llevaban a la librería a los cinco años, nada de papás intelectuales leyéndole a sus hijas. En cambio: me convertí en una lectora porque descubrí que era una buena estrategia para matar el tedio dominical. 

Y de repente: esto. Treinta años y otra vez los domingos convirtiéndose en pesadillas. Es un miedo raro y difuso y tonto, pero cuando me despedí de A. lloraba, lloraba, lloraba y pensaba '¿qué mierdas voy a hacer ahora los domingos?'. Fue un cambio brusco porque estos días dejaron de ser pompas de jabón que A. y yo reventábamos con facilidad y deleite para convertirse, otra vez, en ese pesado reto de 24 horas por delante todas para mi solita. 

Muy bien: logré tener un trabajo que me hace funcional de lunes a viernes. Conseguí amigas/os  con quienes ir a echar una chela los viernes y quizás un café el sábado. Pero he descubierto, claro, que los domingos son días muy íntimos: los días de la pareja, de la familia, de ver a la hija/o, de estar en casa de los tíos viendo futbol, de pasear al perro e ir a hacer la compra con el marido. 

Mi situación se ha hecho especialmente concreta los domingos: sola, soltera, sin familia cerca, en una ciudad en la que es cabronamente complicado armarse círculos íntimos no mediados por el parentesco. 

Pero ninguna de esas cosas es algo malo. De hecho, muchas de esas cosas yo las he elegido. Así que aquí vamos, intentando demostrarnos una - vez - más que la vida es una mierda pero bueno, ya está, algo hay que hacer con ella. 

So: voy a tratar de escribir en este blog mis crónicas dominicales. Algunas serán muy de hueva con cosas como "fui al súper, escuché un disco completo dando vueltas por los pasillos, sólo compré cinco yogurts y un kilo de manzanas". Pero no me importa porque pues, eso, tengo que sacarle fotos a estos días - pulso. Tengo que gustarme los domingos, y escribir siempre me ha parecido una estrategia relativamente útil para gustarme. 

Si antes se trataba de imaginarme otra, ojalá esta vez se trate de cosechar todo lo que esas imaginaciones han sembrado los últimos 15 años, aunque sea un poquito. 

jueves, 12 de marzo de 2015

Calafate mon amour

Conclusión nada original que pensé mientras veía los glaciares en Calafate: viajar se trata, sobre todo, de encontrar matices. Ninguna experiencia que me vaya a cambiar la vida, ninguna reflexión que no se hubiera aparecido en otro momento/lugar, ningún sentido pendiendo de la copa de un árbol en el Amazonas, ninguna respuesta escondida en las arenas de qué playa. Simplemente viajar hasta acá, tan lejos, para darme cuenta de que el hielo se ve azul, de que los tonos del azul cambian con la luz, y de que son las sombras azuladas más hermosas que he visto en mi vida.

Vivir también se trata de encontrar matices. La mía es una búsqueda que se conforma con minucias, aunque siempre digo que más que minucias se trata de miniaturas (que por supuesto que no, señores, no es lo mismo de ninguna forma). La belleza de las células y los vasos sanguíneos. El pasmo de saber que todos esos colores viajan en nuestro interior todos los días, sin descanso.

Y hoy me siento otra vez delante de esta cosa desconocida, y después de un rato pienso que son otra vez matices, tonalidades de las que no me había percatado, colores parecidos pero no tan brillantes.

Esta cosa desconocida es la experiencia hasta hace poco felizmente ajena de extrañar a alguien tan concretamente. ¿Ya se fijaron que estoy haciendo una suerte de oxímoron juntando las evocaciones con lo concreto? Lo que yo extraño es su olor, su risa, sus dientes blancos, su abrazo en las mañanas, su sonrisa cada que abría la puerta de su casa para dejarme entrar, sus camisas de franela, su mano cariñosa tallándome la espalda en la ducha, sus respuestas entredormidas a mis soliloquios nocturnos, su trajinar en la cocina mientras yo me sentaba a esperar a punta de quejas que se cociera cualquier cosa que estuviera en la estufa.

No es la violencia del madrazo del desamor. No es la angustia de las futuros presentes sin su compañía. No es la desesperación del conocimiento de que algo hubo (después de todo) que yo pude haber hecho para evitar esto.

Es en cambio la resignación, la certeza de que no importa cuánto llore, cuánto diga, cuánto piense: la única cosa que puedo hacer es convertirme en cauce y esperar. Es, sin embargo, la tristeza más profunda (aunque no la más grande ni la más abrumadora) que he sentido en mucho tiempo y que ahora entiendo, dolorosamente entiendo: una cosa que te acompaña todo el tiempo de manera silenciosa, que es tan mía, tan interna, tan fabricada con mi exclusiva materia prima de recuerdosmiedosproyecciones, que sólo la dejo aparecerse un ratito cada noche para verla y guardarla otra vez.

Hasta el día siguiente. Y luego al otro y al otro y al otro. 

Es el brillantísimo matiz de un espejo que refleja algo perdido. 

martes, 3 de febrero de 2015

Me voy, me quedo

1.Los conocí en el lejano 2005. Estaba en uno de esos momentos de ruptura – reconciliación que marcaron mi tortuosa relación con C., el mítico novio de la universidad. Ese día tenía laboratorio de econometría, usábamos un programa que ya ni sé si existe, se llamaba E-views. En un momento de aburrimiento abrí mi correo electrónico y encontré un mail rarísimo de un tipo que firmaba como el gallo raro*: que un amigo mío le había pasado mi dirección, que era de Monterrey pero estaba viviendo en Saltillo, que necesitaba a una “chica inteligente de ojos color miel” para ir a tomar un café.

Es raro, pero tengo una cantidad algo importante de historias catalogadas bajo el rubro “gente a la que he conocido de formas poco usuales”.

Me morí de risa, y le respondí que “soy inteligente, soy linda, pero no tengo los ojos color miel, ¿dónde nos vemos o qué?”. Creo, claro, que mi pendeja imaginación es la absoluta responsable de que tenga historias tan raras en mi anecdotario.

Total, que ese sábado nos vimos en un café de Saltillo. Él era un hispter hecho y derecho, aunque en ese momento la tal palabrita ni siquiera existía. Tenis de color verde, camisa de cuadritos, lentes. Había estudiado comunicación, era locutor y algo así como D.J. Vivía en Saltillo persiguiendo una historia absurda, pero estaba cansado y quería conocer a ‘alguien’ (Tinder tardó mucho en llegar a nuestras vidas, oh amigos). Hablamos, hablamos, hablamos. Cerraron el café. Me preguntó que si quería ir a ver películas a su departamento. Le dije que sí (porque eso de ‘nunca te vayas a la casa de un extraño’ no me lo enseñaron bien o algo). En su casa nos tiramos en el colchón y vimos ‘Sideways’, película medianamente buena que tiene una escena que nunca se me ha olvidado (porque era muy linda: manos y carreteras). Cuando se terminó no sabíamos bien qué hacer (¿besarnos?¿coger?¿pedir un taxi?). Entonces sólo nos abrazamos, él dijo ‘voy a poner algo de música’, y así fue como escuché por primera vez al tal grupo. Me pareció tan bueno; él no podía creer que no los hubiera escuchado antes “en Mty todo mundo los está oyendo”. Me lo imaginaba perfecto: la Silla Amarilla (que era EL bar de los intelectualoides regios), sus amigas con cabellos de colores, él con su programa de radio de ‘música alternativa’, la marihuana, el arrrrrrte. Cosas que en ese momento estaban como a 40 cuadras de mi vecindario existencial.

Luego volvió cada quién a su vida (su destino - o las decisiones que iban a terminar siendo destino). Él se enroló con una morra francesa que era super artista y super linda. Cuando me contó yo pensé que claro, que así tenía que ser. Yo regresé con mi médico retrógrado y machín. Y ojalá (ojalá, ojalá) en ese momento esa noche me hubiera hecho pensar que ‘N., no seas tan pendeja, hay otras miles de posibilidades, de mundos, de bares donde la gente escucha a grupos como éste’. Pero no.

2. Era el 2007. Yo trabajaba de secretaria. No podía esperar para irme de Saltillo. Pedí permiso de faltar tres días al trabajo y me fui a Guanajuato, sola, a presentar una ponencia en el Congreso Internacional de Historia Oral. Mi ponencia seguramente fue muy mala, pero tuve la suerte de encontrar a un par de investigadoras generosas que me echaron muchas porras. “Esto es lo mío”, pensé cuando salí. Estaba muy feliz, mucho. Me subí a un camión que iba a SMA, y ahí lo único que hice fue caminar, caminar, caminar, y tomar el camión de regreso a Guanajuato. Todo el tiempo, todo, estuve escuchando al tal grupo. Me ponía de buen humor, era mi grupo, estaba feliz de ser “la muchacha que viaja sola, tiene un tatuaje en la espalda – que me acababa de hacer unos meses antes – y escucha esta música”.

3. Y luego fue el 2008, el primer día de clases en la FLACSO. Vivía cerca, pero no tantísimo. Pensé que caminando serían 10 minutos y terminaron siendo 20. Iba casi corriendo, nerviosa, ansiosa, y escuchando otra vez al tal puto grupo. Era, supongo, una suerte de amuleto.

4. Y luego fue hoy en la mañana. Esperando el metro puse el ipod en shuffle y salió una canción de su disco nuevo. Me siguen gustando mucho. De hecho, me gustó tanto que pensé que ‘¿por qué no le he dedicado a este disco un churrito de viernes?’. Y luego, “¿desde cuándo me gustan? 10 años. Verga. Es un montón de tiempo.”

Me puse a pensar, cursimente (as always). Y resolví que la cosa más bonita de ser joven son las montones de posibilidades to be que tienes enfrente.  Resolví que es chido invertir mucho tiempo y muchísima energía en materializar eso que una elige. Resolví que por eso mis alumnitas/os de Filosofía me conmueven tantísimo: porque llegan con toda la actitud, con todo el necesario y mamonsísimo performance mediante el que, sí, van a llegar a ser eso (filósofos, ni más ni menos!).

Y resolví, también, que si eso es lo más bonito de ser joven, lo más difícil de ser adulta es pensarse sin miedo en otros mundos. Sentir más emoción que angustia por los cambios. Empujar otras posibilidades (mudanzas, doctorados en otro país, divorcios) es cada vez más complicado. Las máscaras ya se convirtieron en rostro, y está bien cabrón verse al espejo y decidirse distinta. Desmontar el mito de que existe algo así como un punto de llegada, sacudirse los hábitos y actuar con la convicción de que no estamos condenados a repetirnos.

Quién tuviera 20 otra vez.

O quién tuviera 30 y un boleto de avión.

Tiro los dados, cada día, porque la vida ha sido buena. 

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