jueves, 12 de marzo de 2015

Calafate mon amour

Conclusión nada original que pensé mientras veía los glaciares en Calafate: viajar se trata, sobre todo, de encontrar matices. Ninguna experiencia que me vaya a cambiar la vida, ninguna reflexión que no se hubiera aparecido en otro momento/lugar, ningún sentido pendiendo de la copa de un árbol en el Amazonas, ninguna respuesta escondida en las arenas de qué playa. Simplemente viajar hasta acá, tan lejos, para darme cuenta de que el hielo se ve azul, de que los tonos del azul cambian con la luz, y de que son las sombras azuladas más hermosas que he visto en mi vida.

Vivir también se trata de encontrar matices. La mía es una búsqueda que se conforma con minucias, aunque siempre digo que más que minucias se trata de miniaturas (que por supuesto que no, señores, no es lo mismo de ninguna forma). La belleza de las células y los vasos sanguíneos. El pasmo de saber que todos esos colores viajan en nuestro interior todos los días, sin descanso.

Y hoy me siento otra vez delante de esta cosa desconocida, y después de un rato pienso que son otra vez matices, tonalidades de las que no me había percatado, colores parecidos pero no tan brillantes.

Esta cosa desconocida es la experiencia hasta hace poco felizmente ajena de extrañar a alguien tan concretamente. ¿Ya se fijaron que estoy haciendo una suerte de oxímoron juntando las evocaciones con lo concreto? Lo que yo extraño es su olor, su risa, sus dientes blancos, su abrazo en las mañanas, su sonrisa cada que abría la puerta de su casa para dejarme entrar, sus camisas de franela, su mano cariñosa tallándome la espalda en la ducha, sus respuestas entredormidas a mis soliloquios nocturnos, su trajinar en la cocina mientras yo me sentaba a esperar a punta de quejas que se cociera cualquier cosa que estuviera en la estufa.

No es la violencia del madrazo del desamor. No es la angustia de las futuros presentes sin su compañía. No es la desesperación del conocimiento de que algo hubo (después de todo) que yo pude haber hecho para evitar esto.

Es en cambio la resignación, la certeza de que no importa cuánto llore, cuánto diga, cuánto piense: la única cosa que puedo hacer es convertirme en cauce y esperar. Es, sin embargo, la tristeza más profunda (aunque no la más grande ni la más abrumadora) que he sentido en mucho tiempo y que ahora entiendo, dolorosamente entiendo: una cosa que te acompaña todo el tiempo de manera silenciosa, que es tan mía, tan interna, tan fabricada con mi exclusiva materia prima de recuerdosmiedosproyecciones, que sólo la dejo aparecerse un ratito cada noche para verla y guardarla otra vez.

Hasta el día siguiente. Y luego al otro y al otro y al otro. 

Es el brillantísimo matiz de un espejo que refleja algo perdido.