domingo, 14 de junio de 2015

Uno más

Las cosas disfrutables que últimamente hago los domingos: levantarme tarde, ir a almorzar con una amiga (M.), después ver con Y. cuatro capítulos al hilo de una serie con la que estamos clavadísimas.  Historias bonitas y milagrosas cómo es que M. y Y. terminaron siendo las mujeres que hoy me dedicaron una parte de su día: M., que fue esa desconocida que pasó por mi oficina a hablar sobre un caso de violencia sexual en C.U. hace unos meses, y Y., que hace muchos, muchos años, fue mi alumna en Saltillo.  A veces las cosas crecen de una manera tan impredecible y tan bonita, que no queda sino seguir asombrándonos ante el milagro de los cafés, las mañanas y las tardes compartidas precisamente con ellas.  La relación inicial era de funcionaria - colaboradora, maestra - alumna, y luego ellas dijeron y yo dije y respondimos y esto: el milagro de construir algo con alguien.

Después del almuerzo con M. pasé a la librería que estaba a dos pasos del lugar en el que comimos sendos chilaquiles con aguacate y crema. Vi un libro muy bonito de Danielewski que en la portada decía "del autor de House of leaves". Recordé a J.

J.

Una reflexión más extensa podría ser hecha sobre mi experiencia en estos meses con Tinder y las miles de cosas que he pensado algunos sábados y/o domingos sentada frente a extraños que no tengo ninguna intención de volver a ver. Con J., sin embargo, algo pasó diferente y me dieron ganas de que no fuera una sola vez, una sola charla, una sola ventana. Quizás porque la primera vez que nos vimos estuvimos cuatro horas seguidas sentados en un café riéndonos de Rayuela mucho rato. Pero riéndonos bien de Rayuela, o sea, como dos personas que lo leyeron - releyeron - disfrutaron - sufrieron y ligaron una parte de sus recuerdos juveniles a esa experiencia. O sea, no con el esnobismo hispteriano que dice 'qué hueva Rayuela' como un lugar común más de los ya muchos que nos rodean.
Total, que en una de las pláticas siguientes, J. mencionó House of Leaves con mucho amor. Me contó una anécdota al respecto y a mí, cursi as always, me conmovió mucho que alguien me enseñara de manera tan abierta su cariño por un libro. La anécdota además era que compró el libro dos veces y dos veces lo perdió, la segunda habiéndoselo prestado a un amigo (muy querido, supongo) que en un divorcio - naufragio perdió la mitad de sus libros, el de J. incluido.

Así que hoy en la librería cuando vi "The familiar, vol.1", el libro nuevecito de Danielewski (igual de bonito, bonito, codiciable que los anteriores) me dieron muchas ganas de comprarlo para J. Lo dudé un buen rato porque: 1) no estaba barato, 2) J. y yo no somos tan amigos y pues, no sé, no quisiera complicarlo demasiado quebrándose la cabeza pensando por qué una morra a la que ha visto dos veces le regala algo tan chido, y 3) porque J. últimamente ha estado medio raro conmigo, medio ansioso por dejarme claro que 'he's not that into me' .

El último argumento era el más pesado, así que dejé el libro y caminé hacia el otro pasillo. Pero después pensé que estaba siendo muy ridícula pensando casi peligrosamente en términos de merecimiento. Y yo odio, odio, odio, relacionarme con la gente bajo esas condiciones. Es decir: hay gente que no merece que le conteste los mails, y hay otra que merece mucho más de lo que he sido capaz de dar, y hay gente que merecería no estar ni siquiera en mi fb y que sigue ahí. No es porque no me dé cuenta de que han sido mala onda conmigo, de que me han hecho equis o ye cosa. Es sólo porque desde hace tiempo decidí que esa no era la forma en que yo quería llevar mi vida, pensando siempre si fulanito o sotanito se merece o no mi amistad/compañía/amor. Nope. Yo quiero hacer lo que yo quiera, también en esto. Lo que me salga de adentro, merecido o no. Éste es otro aprendizaje que me ha costado un chingo, pero con el que ahí voy.

Así que sonreí, me regresé y compré el libro. Pensé que sería una especie de experimento: te estoy regalando algo que seguro te va a gustar mucho por la única razón de que me dieron ganas de regalártelo. Es una acción autocontenida: ni forma parte de un plan, ni es con la intención de que me regreses nada, y ni siquiera con el propósito oculto de que me llames el fin de semana.

Además, J. y yo habíamos quedado de vernos hoy más tarde, así que ya está, según yo no había tiempo de pensarlo mucho. Cuando salí de la librería me sentí como niña chiquita anticipándose en la emoción de dar el regalo. O sea: tuve que contenerme para no mandarle un mensaje por whatsapp diciendo 'hey, te tengo un regalo que empieza con libro y termina con Danielewski' jaja.

El punto bonito/instructor de la tarde fue que justo estaba en eso cuando J. me canceló, again, el café de hoy.

Caminé al departamento cargando el libro y la desilusión (#dramaqueen). Me imagino que es poco probable que vuelva a ver a J. alguna vez y ahora pues, ya está. Si tan sólo me hubiera cancelado 20 minutos antes quizás ni siquiera hubiera tenido que entrar en mis dilemas de lo compro - no lo compro.

Fue una tristeza bonita anyway, comprar un regalo con mucho cariño y luego darme cuenta de que ni siquiera estaba el destinatario. Es una imagen triste amigues, tener ganas de dar algo y quedárselo guardado (esta ternura y estas manos libres, ¿a quién darlas bajo el viento?). Pero luego pensé que el experimento seguía en pie, y que hay qué ver que pasa ahora con ese libro. De entrada, obviamente yo lo voy a leer. De seguida: en diciembre lo voy a tener que regalar anyway porque tendré que deshacerme de al menos la mitad de mi biblioteca. ¿Quién será el o la afortunada que no estaba en los planes pero que va a terminar con The Familiar en su librero?

Parece que no tiene nada que ver con M. y Y. pero sí porque qué chingón que, de alguna forma, los regalos terminan sólo llegando. 

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http://www.npr.org/2015/05/10/404917355/danielewski-returns-with-a-long-sideways-look-at-the-familiar?utm_medium=RSS&utm_campaign=books